Todos los negocios y todas las carreras profesionales tienen, al menos, un momento de dificultad. A mí me gusta llamarlo desafío, es un momento crítico en el que las cosas no funcionan como las teníamos diseñadas en nuestra cabeza, y en el mejor de los casos, en nuestra hoja de ruta.

 

Cuando “todo” se pone en contra, es un momento de duda, decepción, preocupación, miedo aparecen. Muchas son las emociones que entran en juego, y es en ese momento, cuando más necesitamos claridad y confianza, para no tirar la toalla, salir corriendo y perder buenas oportunidades.

 

Vivimos en entornos de inestabilidad, incertidumbre e inseguridad, ya hablé de ello en el artículo visiones del cambio, los cambios nos desajustan, nos confrontan, pero el problema no es el cambio, sino la expectativa que tenemos y la forma en la que nos enfrentamos a ese cambio.

 

Es habitual escuchar historias de proyectos exitosos que nos inspiran y motivan, en ellas vemos la parte positiva y exitosa, sin embargo, detrás hay momentos críticos e inevitables en los que los ingresos no alcanzan las expectativas, los procesos se complican, los clientes no llegan y las dudas comienzan a surgir. Estos momentos existen, aunque no se suelen contar con toda su dureza.

 

Antes de lanzarme a crear mi propio negocio, no pensaba en mi crecimiento personal, pero sí pasé por esas tormentas en las que confrontaba mis expectativas con la realidad, me planteaba qué hacer con mi vida, si cambiar el rumbo y emprender, o mantenerme firme como consultora por cuenta ajena. No fue sencillo tomar una decisión, la presión exterior de aquellos que me quieren y no les gusta verme preocupada me llevaba a la seguridad, pero mi alma anhelaba experiencias diferentes. Durante un tiempo continué trabajando para otros hasta que se dio, o más bien yo cree, las circunstancias necesarias para hacer posible el cambio. A lo largo de esos casi 2 años, muchas fueron las preguntas que rodaron mi cabeza, muchas fueron las tormentas emocionales que me encontré y que, hoy en día, también me cuentan mis clientes. Yo busqué de forma consciente mi crecimiento personal para, a través de él, encontrar una respuesta, descubrir mi talento, aquello que me hacía especial, para poder ponerlo al servicio de mi vida y de mis clientes.

 

El crecimiento personal fue un faro que me mostraba mis luces y mis sombras, y paso a paso, me guio para encontrar mi camino. Me ayudó a lograr claridad sobre que era importante para mí, me mostró que los conceptos de misión, visión, valores, no son solo para las empresas, sino que también tenemos que reconocerlos y desarrollarlos en nosotros, si queremos tener una vida equilibrada.

 

Aprendí que los momentos difíciles, son una oportunidad, para parar y resolver de otra manera más inteligente y productiva. Eso sí, tenemos que conocernos bien, para atrevernos a mirar sin tapujos nuestros errores, nuestros conflictos y comprender a la realidad que nos rodea. Saber reconocer qué hacemos y qué no, de manera desapegada, para poder tomar decisiones con honestidad y sin engaños, porque los desafíos de nuestro negocio no son una cuestión de nuestra autoestima, sino de nuestra estrategia.

 

Desarrollar las habilidades blandas es la clave en los momentos de dudas. Nuestra capacidad para ver el lado positivo de lo que nos estás pasando nos da un plus extra para seguir hacia adelante. La autocompasión, el “no machacarte” por lo que no has hecho o no ha salido bien, es otra de las habilidades fundamentales. Recordar que no somos perfectos, que nos vamos a equivocar que, si tuviéramos más información, más tiempo, más conocimiento, mejor equipo, lo haríamos mejor, pero la realidad es que tenemos lo que tenemos, o como decía mi abuela “con estos mimbres, estos cestos”. Aceptar nuestra realidad es el mejor regalo que nos podemos hacer para desde ahí construir el nuevo camino.

 

Momentos difíciles vamos a pasar por muchos, pero son nuestra mentalidad y nuestras herramientas lo que van a hacer que sea diferente el resultado. Cuando paso por un mal momento en el que deseo abandonar, es el instante en que sé que debo mirar más profundamente en mi interior para encontrar la fuerza para seguir adelante con renovada ilusión y con nuevas estrategias. Muchas veces lo hago sola desde mi experiencia, otras lo hago acompañada de mentores que me inspiran.

 

En resumen, conocerme, conocer mi negocio y no engañarme es lo que me permite mantener el rumbo, confiar en mi visión y adaptarme a los desafíos. El camino del emprendimiento rara vez es recto y sencillo; está lleno de curvas, desvíos y, a veces, retrocesos. Pero es en la perseverancia, la paciencia estratégica y la confianza donde reside la verdadera fortaleza, vayas sola o acompañada, eso sí el camino acompañado es más sencillo, más rápido y más eficiente.